He visto esta población, no de casas sino de cuevas. He visto un cerro cubierto de agujeros redondos, semejantes a un madero horadado por la polilla.
A 20 leguas al sur de Copiapó y al terminar una cadena de montañas que, en una larga distancia, se extiende tomando diferentes direcciones, y revistiéndose su superficie de diferentes panizos o colores metálicos, descubrió un cazador de guanacos, en mayo de 1832, ese depósito, todavía incalculable de plata. Allí han encontrado unos la gran fortuna que poseen o aumentado la que tenían; otros han perdido, estimulados por la codicia, los caudales que antes disfrutaban, y no pocos, después de enriquecerse pasmosamente, arrancado a Chañarcillo sus tesoros, han vuelto a caer en la miseria consiguiente a la prodigalidad, a la imprudencia y locas disipaciones. En menos de diez años este mineral a producido más de doce millones de pesos, y si pudiera avaluarse en dinero la cuarta parte de las esperanzas fundadas en el actualmente, muchos guarismos se emplearían en expresarlas. Las minas el laboreo pasan de ciento; algunas estan ricas otras su beneficio es contingente pero todos los cálculos y probabilidades parecen asegurar casi en la totalidad de ellas el deseado alcance, tras el cual marchan sus dueños con la misma tenacidad, maña, paciencia y artificios que cuando se quiere conquistar el corazón de una bella desdeñosa. Las vetas de Chañarcillo que han llegado a ser explotadas en una determinada hondura, dan un metal riquísimo. El conato general de los mineros es, pues, arribar a esas línea, que llaman planes; línea donde ninguna esperanza ha dejado de ser satisfecha, y donde la voluble fortuna, cansada de resistir a su tenaz conquistador, recompensa su constancia.
Una mina es un raro testimonio del poder y de l osadía del hombre, y quizás surcando impávido el borrascoso océano, nos prueba mejor la grandeza de su destino que recorriendo y salvando las simas que el mismo ha elaborado bajo el enorme peso de desquiciadas montañas. Al marino, mil esperanzas le rodean en los peligros; un bote, una tabla puede conducirle salvo a la orilla. Al minero, solo le rodean las tinieblas; una vez desviado su pie del difícil sendero que le guía, nada le favorece en su naufragio; ni siquiera tiene lugar de divisar la muerte, que le sorprende en el acto de dar la prueba más vigorosa de su existencia.
El estallido horrible de la pólvora que quema el barretero en labor que trabaja; la conmoción producida en la enorme mole cuyo centro se hiere, y el estruendo mil veces repetido por los ecos de las demás concavidades y grietas de la mina, es lo más imponente de cuanto puede experimentarse, es la expresión sublime de la omnipotencia de la industria, o, como dicen los mineros, el quejido del cerro que siente despedazadas sus entrañas. Por preparado que uno se halle al oír aquel ruido tremendo, un terror violento le sobrecoge sin que pueda sacudirle aún después de pasado el fenómeno, dudando, al parecer, que halla podido verificarse sin sepultarle allí mismo, y desprendiendo solo algunos trozos de piedra para dejar a la vista el metal de la veta que se persigue.
Las labores de la Descubridora, mina jefe de Chañarcillo, tanto por ser la primera hallada, cuanto por su riqueza, se encuentran trabajadas a mayor profundidad que todas las otras. A la vista de un hombre medio desnudo que aparece en su bocamina, cargando a su espalda ocho, diez y doce arrobas de piedra, después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de galerías, de piques, y frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el primero pertenece a una raza más maldita mas maldita que la del hombre, nos parece un habitante que sale de otro mundo menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja al hallarse entre nosotros es una reconvención amarga dirigida al cielo por haberlo excluido de la especie humana. El espacio que media entre la bocamina y la cancha donde deposita el minero los metales lo baña con el sudor copioso que brota por todos sus poros; cada uno de sus acompasados pasos va acompañado de un violento quejido; su cuerpo encorvado, su marcha difícil, su respiración apresurada, todo, en fin, demuestra lo mucho que sufre. Pero apenas tira al suelo la carga, vuelve a desplegar su hermosa talla, da un alegre silbido, bebe con ansias un vaso de agua y desaparece de nuevo, entonando un verso obsceno, por el laberinto embovedado de aquellos lugares de tinieblas.
Las minas que actualmente se hallan en un estado más lisonjero son la Descubridora, las Guías, la Santa Rita, el Rosario de Picón, la Colorada, la Guía de Carballo, el Reventón Colorado, Santo Domingo, la Esperanza, el Bolaco y San José. Un número considerable de otras, a pesar de hallarse en el día broceadas, no las venderían sus dueños sino por sumas ingentes, lo que prueba cuan bien cimentadas son las esperanzas que prestan; a que se agrega que apenas es desamparada una mina, cuando uno o más la denuncian y siguen su laboreo hasta encontrar en ella su fortuna o su ruina. Chañarcillo es pues, un punto donde se trabaja con una actividad asombrosa, con una constancia digna de mejor recompensa. Por muchos años seguirá siendo uno del los más sólidos fundamentos de la riqueza de esta república, sobre la cuál derrama el cielo sus bendiciones para la felicidad de sus hijos, y en la que tanto noble americano, viene a enjugar las lágrimas de sus desgracias.
En el centro del mineral se ha formado un pueblo llamado Placilla. Allí es donde los mineros van a solazarse de noche. El juego, el amor, el ponche y todos los vicios le hacen consumir en una hora el producto de su trabajo, y el valor de las piedras ricas que en conciencia se ven obligados a quitarle al patrón para que no gane tanto, trabajando tanto menos que ellos. La Placilla es una Babel, la confusión no de las lenguas, sino de todas las fortunas de Chañarcillo. Hallándose, dentro de su circuito, abolido aquello de mío y tuyo, los mineros venden los metales que les han tocado en la quiebra del día, con la misma franqueza que el dueño de la mina remite a la maquina de Fragueiro y Codecido los que ha podido salvar del hurto.
Atte, JOTABECHE
2 de febrero de 1842
A 20 leguas al sur de Copiapó y al terminar una cadena de montañas que, en una larga distancia, se extiende tomando diferentes direcciones, y revistiéndose su superficie de diferentes panizos o colores metálicos, descubrió un cazador de guanacos, en mayo de 1832, ese depósito, todavía incalculable de plata. Allí han encontrado unos la gran fortuna que poseen o aumentado la que tenían; otros han perdido, estimulados por la codicia, los caudales que antes disfrutaban, y no pocos, después de enriquecerse pasmosamente, arrancado a Chañarcillo sus tesoros, han vuelto a caer en la miseria consiguiente a la prodigalidad, a la imprudencia y locas disipaciones. En menos de diez años este mineral a producido más de doce millones de pesos, y si pudiera avaluarse en dinero la cuarta parte de las esperanzas fundadas en el actualmente, muchos guarismos se emplearían en expresarlas. Las minas el laboreo pasan de ciento; algunas estan ricas otras su beneficio es contingente pero todos los cálculos y probabilidades parecen asegurar casi en la totalidad de ellas el deseado alcance, tras el cual marchan sus dueños con la misma tenacidad, maña, paciencia y artificios que cuando se quiere conquistar el corazón de una bella desdeñosa. Las vetas de Chañarcillo que han llegado a ser explotadas en una determinada hondura, dan un metal riquísimo. El conato general de los mineros es, pues, arribar a esas línea, que llaman planes; línea donde ninguna esperanza ha dejado de ser satisfecha, y donde la voluble fortuna, cansada de resistir a su tenaz conquistador, recompensa su constancia.
Una mina es un raro testimonio del poder y de l osadía del hombre, y quizás surcando impávido el borrascoso océano, nos prueba mejor la grandeza de su destino que recorriendo y salvando las simas que el mismo ha elaborado bajo el enorme peso de desquiciadas montañas. Al marino, mil esperanzas le rodean en los peligros; un bote, una tabla puede conducirle salvo a la orilla. Al minero, solo le rodean las tinieblas; una vez desviado su pie del difícil sendero que le guía, nada le favorece en su naufragio; ni siquiera tiene lugar de divisar la muerte, que le sorprende en el acto de dar la prueba más vigorosa de su existencia.
El estallido horrible de la pólvora que quema el barretero en labor que trabaja; la conmoción producida en la enorme mole cuyo centro se hiere, y el estruendo mil veces repetido por los ecos de las demás concavidades y grietas de la mina, es lo más imponente de cuanto puede experimentarse, es la expresión sublime de la omnipotencia de la industria, o, como dicen los mineros, el quejido del cerro que siente despedazadas sus entrañas. Por preparado que uno se halle al oír aquel ruido tremendo, un terror violento le sobrecoge sin que pueda sacudirle aún después de pasado el fenómeno, dudando, al parecer, que halla podido verificarse sin sepultarle allí mismo, y desprendiendo solo algunos trozos de piedra para dejar a la vista el metal de la veta que se persigue.
Las labores de la Descubridora, mina jefe de Chañarcillo, tanto por ser la primera hallada, cuanto por su riqueza, se encuentran trabajadas a mayor profundidad que todas las otras. A la vista de un hombre medio desnudo que aparece en su bocamina, cargando a su espalda ocho, diez y doce arrobas de piedra, después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de galerías, de piques, y frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el primero pertenece a una raza más maldita mas maldita que la del hombre, nos parece un habitante que sale de otro mundo menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja al hallarse entre nosotros es una reconvención amarga dirigida al cielo por haberlo excluido de la especie humana. El espacio que media entre la bocamina y la cancha donde deposita el minero los metales lo baña con el sudor copioso que brota por todos sus poros; cada uno de sus acompasados pasos va acompañado de un violento quejido; su cuerpo encorvado, su marcha difícil, su respiración apresurada, todo, en fin, demuestra lo mucho que sufre. Pero apenas tira al suelo la carga, vuelve a desplegar su hermosa talla, da un alegre silbido, bebe con ansias un vaso de agua y desaparece de nuevo, entonando un verso obsceno, por el laberinto embovedado de aquellos lugares de tinieblas.
Las minas que actualmente se hallan en un estado más lisonjero son la Descubridora, las Guías, la Santa Rita, el Rosario de Picón, la Colorada, la Guía de Carballo, el Reventón Colorado, Santo Domingo, la Esperanza, el Bolaco y San José. Un número considerable de otras, a pesar de hallarse en el día broceadas, no las venderían sus dueños sino por sumas ingentes, lo que prueba cuan bien cimentadas son las esperanzas que prestan; a que se agrega que apenas es desamparada una mina, cuando uno o más la denuncian y siguen su laboreo hasta encontrar en ella su fortuna o su ruina. Chañarcillo es pues, un punto donde se trabaja con una actividad asombrosa, con una constancia digna de mejor recompensa. Por muchos años seguirá siendo uno del los más sólidos fundamentos de la riqueza de esta república, sobre la cuál derrama el cielo sus bendiciones para la felicidad de sus hijos, y en la que tanto noble americano, viene a enjugar las lágrimas de sus desgracias.
En el centro del mineral se ha formado un pueblo llamado Placilla. Allí es donde los mineros van a solazarse de noche. El juego, el amor, el ponche y todos los vicios le hacen consumir en una hora el producto de su trabajo, y el valor de las piedras ricas que en conciencia se ven obligados a quitarle al patrón para que no gane tanto, trabajando tanto menos que ellos. La Placilla es una Babel, la confusión no de las lenguas, sino de todas las fortunas de Chañarcillo. Hallándose, dentro de su circuito, abolido aquello de mío y tuyo, los mineros venden los metales que les han tocado en la quiebra del día, con la misma franqueza que el dueño de la mina remite a la maquina de Fragueiro y Codecido los que ha podido salvar del hurto.
Atte, JOTABECHE
2 de febrero de 1842